El malestar de la globalización

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    Autor: Joseph E. Stiglitz

    Son muchos los libros que se publican cada año criticando el proceso general de globalización que caracteriza el mundo de nuestros días. Sin embargo, éste se parece muy poco a la gran mayoría. El autor no es un militante de izquierda deprimido por el hundimiento de su utopía que vuelca sus energías en criticar el efecto de la economía de libre mercado sobre un mundo más integrado. Es más, la obra es un elogio de sus logros y posibilidades. Sin embargo, los militantes anti-globalización y los defensores de una globalización alternativa están de enhorabuena: pocas veces se van a encontrar con un regalo como éste.

    Stiglitz es un significado representante del establishment capitalista. Nacido en 1943 se doctoró en economía en el M.I.T. y a los 26 años era ya catedrático en Yale. Desde entonces ha desarrollado su actividad en las universidades de Princenton, Oxford, Cambridge, Stanford y Columbia. Sus investigaciones sobre el comportamiento de los mercados le granjearon un enorme prestigio, que le acabaría llevando a la presidencia del Consejo de Asesores Económicos del Presidente de EE.UU. en los años de Clinton, y al puesto de Economista Jefe del Banco Mundial. Por último, en 2001 sería distinguido con el Nobel de Economía.

    Desde esta posición de prestigio Stiglitz ha lanzado un ataque en profundidad contra el FMI, el organismo internacional responsable de la solvencia financiera, denunciando su mala gestión en un conjunto de crisis regionales y locales ocurridas en los últimos años.

    El libro no es, como cabría esperar, un ensayo realizado desde el rigor de un economista de referencia. Más bien son unas memorias políticas de su experiencia de negociación con el FMI desde la presidencia del Consejo de Asesores Económicos y desde el puesto de Economista Jefe del Banco Mundial. Es el desahogo de conciencia de un responsable económico profundamente irritado por las políticas reinantes en el organismo financiero rector. De ahí la contundencia de los ataques.

    El discurso es claro. El FMI se creó para favorecer la estabilidad mundial, desde una perspectiva keynesiana: los mercados no siempre funcionan correctamente y es necesaria la intervención de los estados para corregir sus fallos. La agencia debía cumplir el papel de “financiadora de déficits comprometida con el mantenimiento del pleno empleo”. Pasado el tiempo su dirección recayó en economistas “fundamentalistas del mercado” o “neoliberales”, convencidos de su buen funcionamiento y reacios a favorecer la intervención del Estado. Con ellos el Fondo “ha adoptado una postura prekeynesiana de austeridad fiscal ante una recesión, y entrega de dinero sólo si el país prestatario se pliega a las ideas del FMI sobre las medidas económicas convenientes, que casi siempre comportan políticas que dan pie a recesiones o a algo peor”. Las políticas de empleo dejan de tener interés para concentrarse en las financieras y las comerciales.

    Los tipos altos ahogan la actividad económica interna. La apertura de los mercados de capitales exponen a estos países a turbulencias especulativas para las que no están preparados y que concluyen en empobrecimiento generalizado. La bajada de los aranceles, en especial cuando se hace de forma drástica, hunde a muchas empresas de países en vías de desarrollo o en adaptación de una economía socialista a otra liberal, incapaces de competir sin un período de transición suficiente. Más aún cuando Occidente juega sucio y mantiene altos sus aranceles sobre los únicos productos que estos países pueden exportar, que son, sobre todo, agrícolas. La presión a favor de una rápida privatización de las empresas públicas ignora que en mercados poco desarrollados si el Estado no asume esa competencia nadie lo puede hacer y que un rápido cambio de propiedad sin un marco jurídico desarrollado sólo genera corrupción y oligopolios. El resultado de este conjunto de políticas es un alto desempleo que, a su vez, provoca inestabilidad política.

    Stiglitz concluye culpabilizando al FMI de algunas de las crisis económicas, regionales o nacionales, habidas en las últimas décadas. En unos casos por haberlas provocado. En otros por haberlas afrontado erróneamente. “La queja contra el FMI es, empero, más profunda: no se trata sólo de que fueran sus políticas las que condujeron a la crisis, sino también que las impulsaron a sabiendas de que había escasas pruebas de que dichas políticas fomentaran el crecimiento, y abundantes pruebas de que imponían graves riesgos a los países en desarrollo”. Para el autor, el FMI ha estado regido por un grupo de economistas honorables pero no muy solventes. De ahí que confundieran enunciados ideológicos referidos a las virtudes del mercado con análisis científicos.

    Sin embargo, la supuesta honorabilidad y buena fe de estos gestores, subrayada por el autor, entra en contradicción con la denuncia que el propio Stiglitz hace de sus vínculos con el Departamento del Tesoro de EE.UU. y con los círculos financieros de Wall Street. En todos ellos reina una misma escuela de pensamiento… que casualmente favorece sus intereses. Los altos tipos permiten la devolución de los préstamos a las grandes corporaciones norteamericanas, aunque arruinen la economía de los países en vías de desarrollo. La apertura de los mercados favorece la exportación, aunque en una sola dirección. Por lo tanto el problema ya no es sólo que el FMI siga una política contraria a los principios para los que fue creado, sino que se ha convertido en un instrumento de los intereses financieros estadounidenses.

    Estamos ante una obra que va a marcar un hito en el debate sobre la globalización y que continuará despertando posturas encontradas. Es, en muchos aspectos, un texto excesivo. Lo es en su tono, en la pasión con que defiende sus tesis, en su encono personal con destacadas figuras de las finanzas internacionales, en su argumentación y en la polarización en torno al FMI. El título es incorrecto (Globalism and Its Discontents), porque ni se analiza la Globalización ni a sus descontentos, sino su lucha con el FMI para definir unas políticas. Pero, sobre todo, es una bronca académica entre catedráticos que representan las dos grandes escuelas de economía. No está en cuestión la Globalización ni sus beneficiosos efectos para todos, sino la forma en que las instituciones deben actuar, los principios a los que deben someterse y su independencia de los intereses de las grandes potencias.

    Primeras escaramuzas
    El morbo está servido. Los medios más próximos al mundo financiero y/o conservador norteamericano son los que han reaccionado con más belicosidad. B. Lindsey, desde el “Wall Street Journal” (31/5/02) ironiza sobre el radicalismo con el que el autor critica el “fundamentalismo de mercado” para a continuación defender sus postulados fundamentales así como los éxitos del FMI. En un tono más personal y crítico Kenneth Rogoff, Jefe de Estudios del FMI, académico de relieve y ex amigo, arremete duramente contra Stiglitz en carta abierta reproducida por el “Financial Times” (2/7/02) reivindicando la honestidad y profesionalidad del personal del FMI. Actitud destacada por el propio “Financial Times” o por el muy conservador “Washington Times” (4/7/2002).

    Más comprensivos con la tesis central de Stiglitz y más críticos con el papel jugado por el FMI son personalidades tan distintas como Joseph Kahn (“New York Times”, 23/6/2002), Mario Vargas Llosa (“El Nacional”, 26/5/2002) o el catedrático de Berkeley B. Eichengreen (Foreign Affairs, July/August 2002) En los tres casos se reconocen importantes errores cometidos por el MI y se matizan muchos aspectos de la obra de Stiglitz. Kahn rechaza alguna de las acusaciones y destaca la solvencia académica de los responsables del Tesoro y del FMI, ridiculizados por el autor. Vargas critica la visión excesivamente económica de la Globalización, subrayando la importancia de los aspectos ideológicos y culturales. Eichengreen precisa o rechaza muchas de sus afirmaciones, reivindica la capacidad del Fondo para aprender de sus errores y destaca la dificultad de reformar los órganos de dirección del Banco Mundial y del FMI.

    FLORENTINO PORTERO | 24/07/2002 – El Cultural de El Mundo