¿Quién controla el futuro?

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    Autor: Jaron LANIER

    Critica: JANET MASLIN – El cultural de “ElMundo.es”

    Como indica su título, el nuevo manifiesto tecnológico de Jaron Lanier (Nueva York, 1960) pregunta de quién es el futuro. Pero muchos de los que quedarán cautivados con las revelaciones osadamente originales de Lanier se harán antes otra pregunta: ¿quién es Jaron Lanier? En los círculos futuristas, es un megagenio. Es el padre de la realidad virtual del mismo modo estridente y tremendamente popular en que Michael Jackson fue el rey del pop. El nombre de Lanier nos resultaría sin duda más familiar si no fuera un personaje tan poco telegénico, grande y con rastas, cuyo vello facial fue descrito como “musgoso” en una reseña de 2011 en The New Yorker.

    Mientras trabajaba para “proyectos intrigantes no desvelados” para Microsoft Research -“un gigantesco y ligerísimo cañón de riel que sirva de lanzadera espacial” y una estrategia especulativa para “reubicar terremotos”-, Lanier encontró tiempo para darle seguimiento a su primer libro, Contra el rebaño digital (2011). Aquella fue una obra batalladora, brillante y predictiva, y el nuevo volumen es igual de emocionante. Lanier se rebela contra una oleada de diatribas más convencionales sobre los macrodatos para ofrecernos unas palabras combativas y a contracorriente sobre la capacidad de explotación que tiene Internet. El autodenominado “blandengue humanista” es un crítico mordaz de las grandes entidades de la Red y sus modelos de negocio.

    Se refiere a ti, Facebook. (“¿Qué va a hacer Facebook cuando se haga mayor?”). Y a ti, Google. (“La gente de Google se habría hecho rica con su algoritmo sin necesidad de crear un organismo de espionaje privado”). Y al resto de tentadores Servidores Sirena (como los llama) que dependen de la acumulación y evaluación de los datos de los consumidores pero no admiten tner una deuda monetaria con la gente a la que extraen esta información “gratuita”. No hay que ser un ideólogo, afirma, para pensar que la gente tiene un valor cuantificable y merece ser recompensada por ello.

    Es cierto que, un día, Lanier iba conduciendo por Silicon Valley, escuchando a lo que él creía que era una nueva empresa de Internet que “anunciaba a los cuatro vientos un nuevo plan para dominar el mundo”, cuando se dio cuenta de que lo que estaba oyendo era El capital de Karl Marx. (“Si uno escoge los pasajes adecuados, la lectura de Marx pude resultar asombrosamente actual”).

    No es ningún “rojillo” (como señala); considera que los robos de la alta tecnología son un problema apolítico. Y es demasiado inconformista para alinearse con el pensamiento de nadie, incluido el suyo propio. Ya sea fanfarronada o mea culpa, Lanier admite: “Fui uno de los primeros que participaron en el proceso, y contribuí a formular muchas de las ideas que critico en este libro”. Y “a mis amigos del movimiento que defiende una Internet ‘abierta’, les preguntaría: ¿qué creíais que iba a pasar?”.

    ¿Quién controla el futuro? reitera alguna de las ideas del primer libro de Lanier: que los negocios de la Red explotan a la gente de a pie, que los usuarios de las redes sociales pueden no darse cuenta de lo atrapados que están, que una clase media próspera es esencial para que Internet siga siendo sostenible. Si “la gente corriente ‘comparte’, mientras que las redes de la élite generan unas ganancias sin precedentes”, hasta esa élite acabará por verse perjudicada. Lanier compara sus propuestas de reconfigurar este proceso con Una humilde propuesta de Jonathan Swift, pero lo que menos le preocupa es la grandiosidad de la escritura. “Deben entender que, en el contexto de la comunidad en la que me muevo”, dice en referencia a Silicon Valley, “mi propuesta es prácticamente autorreprobatoria”.

    El estilo y las opiniones de Lanier, agudo y accesible, hacen que ¿Quién controla el futuro? sea tremendamente atractivo. Lanza algunos de sus mayores ataques a aquellos que dan por sentado que tienen el futuro en sus manos: a los defensores de la singularidad (la hipotética combinación inminente de biología y tecnología); a los pioneros de Silicon Valley que buscan la “matusalenización” (es decir, la inmortalidad); a los tecnoutópicos de todas las tendencias. Sí, resulta que Lanier es uno de ellos. Pero todavía es capaz de recordar que, de niño, los futurólogos pronosticaban colonias en la Luna y coches voladores. Ahora piensan en la genómica y los datos. Consciente de ese pasado maravilloso, dice: “Echo de menos el futuro”.